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penal messi

Y es que Messi dejó boteando la pelota, como dice el dicho,  curiosamente fue un chileno quién la tomó, no el arquero, pero uno en las graderías. El destino del balón fue la galería.

Aunque de  fútbol no sé nada,  me pareció que esto no se trata sólo de deporte, es también otra cosa. Las consecuencias del acto de Messi traspasan las barreras del fútbol propiamente tal, y tiene a toda una nación, (sino a más) pendientes, expectantes, esperando que recapacite y revierta su decisión de dejar la selección argentina.

Desde el mundo futbolero, pasando por la política, hasta las más tiernas generaciones, incluyendo a maestras de escuela, y últimamente Dios mismo (sí, un video en que Dios le habla), le han dedicado sentidas palabras para expresar lo que él representa para la nación argentina. Y eso no hay que desdeñarlo, hay mucho en juego.

La escena  que presenciamos todos en esa final infartante, fue un tiro que erró.  ¡Erró un penal, el mejor jugador del mundo en un minuto crucial del partido!  No sólo que le dio mal, es decir que el arquero pudo haber tenido algún mérito. No, sencillamente la pelota fue a dar a las graderías, restandole al arquero el honor, ya sea de atajar o no, da lo mismo cuando se trata del mejor jugador del mundo.

Era de no creerlo, pero era verdad. Era un momento, un momentum, voz latina que  refiere a  movimiento, a un cuerpo en movimiento, pero me inclino más a un kairós, un lapso indeterminado en que algo importante sucede, un tiempo no cronológico sino oportuno, que abre un espacio a que una verdad sea dicha, un tiempo de Dios, para los cristianos, la oportunidad precisa en que la prueba debe entregarse, dirá Aristóteles. En fin, en jerga vulgar sería meter un gol -o no hacerlo en este caso-, prueba suficiente para mostrar alguna supremacía.

Escuché que alguien escuchó decir en ese momento, “Messi tiene inconsciente!!”, algo que resonó con mi ataque de risa en el momento del fallo. Lo que resonó a su vez con una pequeña mueca que creí ver antes de su llanto, antes de esconder la cara en la camiseta, una mueca que me pareció una risa. Quizá la risa de no creerlo él mismo. Y risa que consonó con, lo que algunos comentaristas llamaron,  “una risita nerviosa” de Messi en el momento en que  renunciaba a la selección argentina, en los minutos siguientes, diciendo: “la selección no es para mí”.

De ahí Messi se me volvió un personaje interesante, humano diría. Empecé a leer todo cuanto se decía de él, y  me enteré de algunos datos biográficos. El mejor reportaje que leí era de un periodista argentino, Ernesto Morales, que ya publicaba en un semanario colombiano, un artículo titulado “La conmovedora tragedia que atraviesa Lionel Messi” en julio del 2014, a propósito de la derrota ante Alemania en la final del mundial de fútbol.  Tragedia que se repetiría el año pasado y ahora mismo. El reportaje de Morales, aún vigente y preciso, -por lo que fue reflotado por el diario The Clinic en Chile a propósito de los últimos acontecimientos- describe la vida de un niño de provincia que sólo quería jugar a la pelota, y que termina, dada su genialidad, cooptado por los intereses mercantiles de la dirigencia del fútbol, esa institución de 4 letras-dirá Morales-, completamente corrupta e impune. Una conocida maquinaria sin límites que maneja a su antojo los capitales económicos y deportivos del fútbol internacional.

El reportaje, me parece, contiene todos los ingredientes necesarios para enmarcar esta reciente escena de lo que llaman la tragedia de Messi. Desde el negocio que representa para muchos, incluido desde luego su padre, quien maneja las finanzas de su prodigioso hijo, que ya en 2014 se sabía había defraudado al estado español con 4.1 millones de euros por evasión de impuestos, (y que en estos días acaba de salir el fallo condenatorio, la responsabilidad penal, de padre e hijo), hasta Maradona, el padre indiscutido del fútbol argentino a quién Messi está destinado, obligado -según el periodista- a suceder.

Lo que no aparece, es la última frase de Maradona previa al partido con Chile: “Si no ganan, mejor no vuelvan”, enunciación del ídolo indiscutido. Maradona, el niño rebelde, que denunció la industria del fútbol en su momento y que la padeció en carne propia, borra con el codo lo que escribió con la mano.

La presión, no me parece suficiente para entender el acto de Messi. Quizás si la opresión.

Sí,  Messi tiene inconsciente.

El acto de Messi parece ser el acto fallido por excelencia, un acto sintomático que dice algo sobre su deseo, pero de paso le falla a su padre, al mercado, a Maradona y a una nación, transgrediendo todos los mandatos implícitos y explícitos, las esperanzas y a la misma ley del fútbol, el mejor del mundo ante un arco. Un acto solitario y en movimiento, que luego redobla con las palabras de su renuncia, también solitaria. Una renuncia que padece, llora, claro que llora. Entiende la gravedad del asunto y todo lo que se resquebraja, hay toda una moralidad en juego de lo que debe ser el mejor del mundo.

Pero yo prefiero quedarme con su risa, una risa nerviosa, que apenas se traslució, un instante que entiendo como un triunfo, algo cercano a una liberación que parece gozar. Si es argentino o no, no lo sé, pero pareciera que con su acto se resta de ser el obelisco de su padre, de los argentinos, y de paso de la misma FIFA. Ya se sabía de sus críticas a la AFA y de que ya estaba pensando en dejar la selección y que las finanzas no son su pasión. El llanto de Messi, es el de una impotencia dividida, pero sus prodigiosos pies dirigieron la pelota hacia la galería, esa que goza con sus prodigios.

Esta tragedia, está tomando tintes de comedia, depende cómo se mire.    Ojalá Messi no borre con el codo lo que escribió con el pie.

 

Lilienne Electorat

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