Alguna vez pensé en este título, mientras leía algún texto de Freud, o varios. Siempre me impresionó su obsesión por escribirlo todo, no dejar -al menos tratar-de no dejar ningún cabo suelto, y contestar cualquier objeción que al lector pudiera surgirle. Podían pasar párrafos y párrafos justificando porqué una idea no llegaba a puerto, para retomar luego aquello por lo que sí apostaba. Era como recorrer todas las ramas de un árbol, pasando por las tronchas, retrocediendo luego, para seguir por aquellas principales.
Uno, ávido lector universitario, sólo quería llegar luego a la verdad, sin entender la necesidad del autor de detenerse a contestar a su audiencia imaginaria, o desarrollar una idea y los motivos por los cuales no le convencía. Los subrayados en grafito, o las anotaciones al margen tendían a agolparse en algunos párrafos, que parecían ser aquello que algún docto profesor universitario, quería escuchar de un buen alumno de psicoanálisis.
Muchos años después, retomando algunos de esos mismo textos, me topé con aquellos subrayados veinteañeros. Con cierta nostalgia, cierto, pero también con la sorpresa de que hoy subrayaba líneas diferentes.
Sus Historiales Clínicos y La Interpretación de los sueños en particular, así cómo muchos de sus textos -si no todos- parten de su propia vivencia, su experiencia y particularmente de su práctica clínica. No esperó a realizar una investigación estadística, tal cómo la conocemos hoy en día, ni publicar un «paper» con toda la veneración a los estatutos y ritualidad científica. Sin embargo luego de atender a sus pacientes, se dedicaba a escribir con su pluma y tinta, todo lo sucedido en aquellas sesiones, aventurándose en su propia ritualidad científica de un oficio de lo singular, que finalmente fue su obra, el psicoanálisis.
Los que navegamos en estas aguas, vemos hasta el día de hoy, a otros autores y en distintos escritos, recurrir, a todo lo que Freud, con una honestidad abismante, utilizó para armar cada pieza de su teoría. Sus casos, sus propios sueños, sus olvidos y actos fallidos, hasta sus chistes, así como a las observaciones de su propia familia, quedaron escritas ahí, como material significante.
Y para los que no navegan en estas aguas, o ya las abandonaron, por -como se suele escuchar- obsoletas, hay un testimonio en sus escritos, de un «cansador intrabajable» como diría el poeta Claudio Bertoni, que midió cada una de sus palabras con la huincha de su experiencia.
Lilienne Electorat